sábado, 26 de julio de 2008

domir

quiero poder gritar ahora!!
pero todos duermen ya... y hasta el tecleo es delator.
Es viernes y nadie hace más que descanzar... y yo que me acabo de desvelar. Me meto dentro y fuera de mi misma y encuentro apenas una cubetera llena de recuerdo. Busco una caje nueva en donde guardarla. No recuerdo que hacer.
Mejor me duermo

no hay titulo que pueda decir.

Su nombre era… miento. Su nombre es lo menos importante. No es necesario saberlo para poder entender lo que les voy a narrar. No importa su edad, no importa su aspecto, no importa su sexo. No importa absolutamente nada. Por que lo que les voy a contar le corresponde a todos y a cada uno de nosotros.
Quien lee, por lo general, en algún momento escribió. Es la necesidad del poeta. Es la necesidad de aquellos lectores adictos a las letras. Pero no todo el que escribe lee. Por lo general suele pasar al revés. Y esta persona, que no importa ni quien es, ni como es, ni qué le gusta, era uno de estos seres despectivamente llamados *raros*.
No lee, pero sí escribe. Apenas copia de un papel a otro lo que escucho. Y aprende letra a letra lo que escribe y cree inventar. No sabe que es escribir por que no sabe lo que es leer, de tanto oir, mi persona poco importante, tomado como espejo de tantas otras, copia y sella todos los libros ya leidos. Todo aquello que alguna vez leyó.
Ella calcula letra a letra. No busca en diccionarios y utiliza las palabras más ordinarias en cuentos insulsos, creyéndose parte de un gran mundo. A él le falta una parte de si mismo, se avergüenza de ella misma. Se desploma frente a los pies de grandes autores de libros no inventados por que cree que así puede apenas acercarse a su pluma.
Pero solo logra ser uno de los engranajes de aquellas maquinarias de producción en masa, de personas ordinarias, que pasan sus ojos por las páginas sin de veras estar leyendo.

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